Occidente se sabe hijo de la civilización grecolatina, pero normalmente olvida que sabios y filósofos del mundo clásico se nutrieron de la sabiduría del antiguo Egipto. En esta especial y desarrollada civilización, la mujer tuvo un lugar importante en la sociedad. Gozó de plenos derechos a la hora de ocupar cualquier escalafón en la pirámide social; hubo reinas, médicas, abogadas, sacerdotisas, sirvientas, esposas y madres. Las casadas disponían por testamento de sus bienes y no tenían que someterse a la autoridad del esposo ni a la de los hijos si este fallecía. Las herencias pasaban directamente de las madres a las hijas. Pero lo fundamental es que, para gozar de esa absoluta independencia y respeto, no tenía que comportarse como un hombre.
En el antiguo Egipto se amaba el alma femenina, con su mayor tendencia a la receptividad, igual que se amaba y respetaba el alma masculina, con su mayor tendencia a la expansión. El esplendor de la mujer en la sociedad egipcia no ha vuelto a ser conquistado, quizás porque nos falta su profunda espiritualidad, que supo desvelar, a través de sus mitos y arquetipos femeninos, la esencia del alma de la mujer, dándole una papel destacado en la sociedad.
La importante posición de las egipcias, probablemente tenía su origen en la devoción que este pueblo sentía por la diosa Isis, esposa y madre sagrada y diosa del amor. Las esposas, en cada hogar, representaban el papel de Isis en la religión. No se trataba, por tanto, solo de respeto, sino que era un amor sagrado, una verdadera adoración. Los egipcios instaban a sus hijos en sus enseñanzas y consejos a que amasen a sus esposas y las trataran con respeto.
Las escenas en que aparece la mujer egipcia sentada al lado de su esposo, con un brazo rodeándole la espalda o ciñendo su tronco y con la otra mano tocándole el brazo, son numerosas. La mujer egipcia era cariñosa con su marido, pero estas mismas escenas las hallamos en las representaciones de los dioses, lo que hace evidente que se trataba de algo más. Era una posición ritual, la protección femenina sobre el esposo y sobre el hogar. Se exaltaba la cualidad femenina de crear calor, de crear hogar, de crear el entorno necesario para la vida.
El misterio de la vida ha fascinado al ser humano, ha sido atesorado en el inconsciente colectivo desde el pasado más lejano. En el principio de la humanidad, la Gran Madre, la diosa primordial, era única y lo incluía todo en sí: la vida, la muerte y el renacimiento. En las diosas egipcias encontraremos también todas las cualidades fundamentales de la Gran Madre, que pueden seguir siendo inspiradoras para la mujer actual. En ellas encontramos los aspectos creadores, generadores, protectores y civilizadores que normalmente destacan en la mujer.
Realizaremos un recorrido por las diosas egipcias exaltando sus características esenciales, desde las más cósmicas a las más humanas.
La diosa creadora del universo: Neith
Ella era la autocreada, la madre de los dioses. Como diosa y reina de Sais, ciudad del Bajo Egipto, se la representa como una mujer que llevaba la corona del norte y portaba en su mano un arco y unas flechas, como también era la señora de la guerra que allanaba el camino del rey antes del combate. Más tarde, se le dio como atributo la lanzadera de los tejedores, porque era la tejedora por excelencia, la que había tejido el mundo cuando nada existía. Los griegos la asociaron con Atenea.
La diosa generadora de vida: Hathor
Hathor, madre de las madres, engendraba al sol y derramaba en los corazones la alegría de vivir. Ella concedía la belleza, la juventud y el fuego del amor en todas sus formas, desde el deseo físico hasta el amor divino. Favorecía los matrimonios, y estos eran armoniosos cuando el hombre y la mujer oían su voz. Hathor enseñaba el arte de la danza a sus sacerdotes y sacerdotisas y les transmitía el sentido de la fiesta. También era la «señora de la música, del salto y del trenzado de guirnaldas». Como protectora de los vinos, invitaba a sus fieles a la mesa del banquete divino. Su símbolo era el sistro. Por todo ello, los griegos la asociaron con Afrodita, diosa de la belleza y el amor. Hathor era la protectora de las mujeres, con lo que lo femenino quedaba asociado a la generación de la vida, pero también a la alegría de vivir.
La diosa protectora de la vida: Sekhmet
Para los antiguos egipcios, todo en el universo estaba regulado por la ley, que personificaba la figura de la diosa Maat. Sekhmet, en cambio, era asociada con la justicia, con la ejecución en la tierra de las acciones necesarias para restablecer la ley. Por este motivo, Sekhmet era tanto la patrona de guerreros como de médicos. Los primeros curaban de las enfermedades al Estado, y los segundos, al ser humano. Los antiguos egipcios veían en la guerra y en la enfermedad una misma raíz: la pérdida de la armonía, de la ley, que debía ser restablecida. La diosa leona protegía ferozmente todo aquello que amaba y de lo que era responsable. Ella nunca provocaba el conflicto, sus acciones provenían del amor y la lealtad a aquello que custodiaba. La forma de amor que expresaba esta diosa hacía rectificar los caminos para que nadie se perdiera.
La diosa arquetípica para las egipcias: Isis
Es la señora del trono, de la vitalización, de la sangre, de la fertilidad, de la salud y la gran hechicera. También era señora de los misterios nocturnos y de las fuerzas cíclicas. Se la representa como una bellísima mujer con una escalera o trono sobre su cabeza. En el mito osiriano, Isis superó todas las adversidades para proteger la institución faraónica, es decir, la tradición. Fue modelo de reinas, pero también de las esposas y madres. Isis protegía en la vida y en la muerte, era ejemplo de amor, de abnegación y de capacidad infinita para proteger la vida física y la espiritual. Isis combatía la oscuridad con luz.
La diosa protectora del paso a la otra vida: Neftis
Es la trascripción griega de Nebt Het. Plutarco la designa como «la que está bajo tierra y que no ve», es el poder de desintegración y reproducción. Isis, en cambio, representa «la que está sobre la tierra y es visible», la naturaleza física. «Las dos gemelas», como se las suele llamar, representan dos aspectos de la naturaleza. Es corriente verlas representadas en las tapas de los ataúdes y en las superficies de los sarcófagos, de pie o arrodilladas, con sus brazos alados extendidos en un gesto de protección.
La diosa del renacimiento: Heket
Es una diosa rana o de cabeza de rana. Como criatura del mundo subterráneo, se la asoció con las fuerzas que inicialmente tenían vida. Por eso es símbolo del estado embrionario, cuando el grano muerto se descompone y empieza a germinar. Es el proceso de formación. Debido a su prodigiosa capacidad reproductiva fue símbolo de creación, fertilidad, nacimiento y regeneración. Es símbolo del tiempo cíclico, de la renovación. Las cosas no vienen de la nada. Sufren una continua transformación.
La diosa protectora de la sabiduría: Seshat
Es la principal esposa de Thot. Era una divinidad estelar, encargada de medir el tiempo. Se le atribuyó, como a Thot, la invención de la escritura y era llamada «señora de la casa de los libros». El ideograma de su nombre significa «la secretaria».
Vivir los arquetipos
Todos los seres humanos tenemos aspectos masculinos y femeninos en nuestras almas, en nuestro mundo interior. Conocerlos y desplegarlos forma parte de nuestro desarrollo. Pero en ese camino, alimentar los que nos son más cercanos nos ayuda profundamente. La mujeres quizás hemos olvidado dónde radica la fuerza y grandeza de lo femenino. Los modelos o arquetipos que encontramos en las diosas egipcias nos pueden inspirar en ese camino.
Del arquetipo de Isis se puede recuperar la capacidad de tender lazos, de unir, de fomentar las relaciones humanas, de perseverar, de alentar la vida en todas sus formas y de amar incondicionalmente. De Seshat y Neith, la inspiración de las capacidades de organizar, planificar y ejecutar ordenadamente. De la diosa Hathor, el encanto, la alegría y el amor por la armonía. De la leona Sekhmet, la capacidad de poner justicia, protegiendo a los débiles y buscando el bien común. De Heket, la rana, la capacidad de dar vida pródigamente, acompañándola en sus transformaciones.
Los arquetipos son modelos, poderosas fuerzas interiores que mueven nuestro mundo interior. Vivirlos conscientemente hace que la vida sea una aventura maravillosa. La fuerza de lo femenino está en su aparente fragilidad receptiva, que le permite ver, amar y proteger generosamente la vida.
Bibliografía
F. Guinard. Mitología general. Ed. Labor S.A. Barcelona, 1971.
Fernando Schwarz. Geografía sagrada del Antiguo Egipto. Ed. Longseller. Buenos Aires, 2008.
Christian Jacq. Las egipcias. Ed. Planeta. Barcelona, 1997.
Elisa Castell. Los sacerdotes en el Antiguo Egipto. Ed. Aldebarán. Madrid, 1998.
Christian Jacq. El origen de los dioses. Ed. Martínez Roca. Barcelona, 1999.
Maravilloso artículo. Por la belleza del tema que trata y por la belleza, sensibilidad y claridad con que lo trata. Efectivamente, como dice, lo masculino es centrífugo y lo femenino centrípeto y del tenso equilibrio entre ambos surge el movimiento circular y continuo de la vida misma.
Muy bonito artículo, muy inspirador. Gracias